05 julio, 2008
Con algunos años de egresada en Relaciones Públicas, he vivenciado en este último tiempo un cambio arbitrario, a mis ojos infundado, en la denominación de la práctica. Lo que antes recibía claramente el nombre de Relaciones Públicas, hoy ha mutado a nomenclaturas que van desde Relaciones Interinstitucionales a Relaciones Públicas e Institucionales, pasando por un abanico de opciones neológicas.
Hurgando en mis libros, con la intención de no permitir a mi memoria el imperdonable olvido de referentes, he encontrado las siguientes definiciones de esta disciplina que nos convierte, lectores, en colegas:
Una de las búsquedas más ambiciosas para una definición universal fue la comisionada, en 1975, por la Foundation for Public Relations Research and Education. Sesenta y cinco líderes de relaciones públicas participaron en el estudio y determinaron que: “Las relaciones públicas son una función distintiva de gestión, ayudan a establecer y mantener mutuas líneas de comunicación, entendimiento, aceptación y cooperación entre una organización y sus públicos (…) posibilita a la dirección a mantenerse al corriente de los cambios y a utilizarlos eficazmente y utiliza la investigación y las técnicas de comunicación como sus principales herramientas de trabajo”.
En 1988, la Public Relations Society of America adoptó: “Public Relations help an organization and its publics adapt mutually to each other." (Las Relaciones Públicas ayudan a la organización y sus públicos a adaptarse mutuamente).
Con estas acepciones, queda de manifiesto que las RRPP involucran a la organización y sus diferentes públicos y/o entorno. Entonces, ¿qué agrega institucionales a públicas?. Si “interinstitucionales” hace referencia a la relación con otras empresas del mismo sector en el que se desenvuelve mi organización, ¿no son éstas acaso competencia y, por ende, otro público de referencia?
A esta tesitura de “¿por qué?” habrá lectores que contrapongan un “¿por qué no?”. Fair enough.
Sin embargo, lo aquí sostenido, lo hago bajo el convencimiento de que el cambio en la denominación no se debió a un proceso de modernización o cambio (algo que un buen RRPP debe poder manejar), sino que, humildemente, sospecho fue producto de otra cosa.
Término vapuleado por constantes malas interpretaciones; personajes del showbizz con nulo conocimiento de la disciplina; figuras del verano convocadas por su apariencia y capacidad de atraer a la masa a discos de moda, las Relaciones Públicas han sido víctimas de éstas y otras situaciones que la han obligado a cambiar su “tarjeta de presentación” para recobrar la imagen de profesión. Las RRPP han quedado cercadas en este escenario de equivocaciones frecuentes y han debido utilizar sus “segundos nombres”, sabedoras de la importancia que posee la esencia de lo que proyectamos en el otro, para la supervivencia propia.
En esta humilde editorial, propongo la reivindicación de las Relaciones Públicas como término, la revalorización de la disciplina con el nombre que la vio nacer.
Claro está que la responsabilidad de hacerlo reside en nosotros mismos, profesionales que deberemos adoctrinar a aquellos que aún no conocen la existencia de esta carrera; guiar a aquellos incrédulos que no la asocian con palabras como “estudio”, “planificación”, “seriedad”; desterrar la imagen muchas veces instaurada de coctails y copas como escenario de decisiones y explicar –seguramente hasta el hartazgo- qué son, cuáles son sus objetivos, razón de ser y su incuestionable y redituable contribución al funcionamiento y buena marcha de los negocios.
Para iniciar este arduo y largo proceso, empieza quien les habla: “Soy Relacionista Pública”.
Etiquetas: Relaciones Públicas
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